miércoles, 11 de enero de 2012

Voces

Era temprano aún y estaba en el baño, ya vestido para salir a la calle (las botas puestas, la bufanda anudada al cuello y Francesca, como siempre que nos ve en disposición de salir de casa, agarrándome la pierna con sus patas delanteras y maullando desaforadamente como si, al hacerlo, hubiese alguna posibilidad de que no la dejásemos sola, que es lo que más odia del mundo), cepillándome los dientes. Fea costumbre, lo admito, la de cepillarse los dientes con la ropa ya puesta, siempre pueden caer (y de hecho, a veces, caen) sobre el polo o la chaqueta esa especie de diminutas motas de pasta de dientes que no se quitan de ninguna de las maneras, por mucho que las restriegues y mucha agua que le pongas, pero no puedo evitarla. Y de repente, oí su voz. Era la voz de la vecina de abajo. Le decía algo a su hijo sobre la hora en que había llegado a casa, si le parecía bonito alcanzar la cama cuando ya casi estaba amaneciendo. Qué juventud, añadió, como si la juventud de todos los tiempos no hubiese hecho exactamente lo mismo. Me aceleré con ese nerviosismo que nos embarga cuando estamos escuchando, sin querer, una conversación del ámbito más privado. Y, como era de esperar, la diminuta mota de pasta de dientes se instaló cómodamente, blanco sobre negro, en mi polo de color azul oscuro. Mientras escuchaba la voz de esa mujer, la particular voz de la vecina de abajo, vino a mi memoria la voz de mi madre, muchos años atrás, diciéndome algo parecido, lanzándome similares reproches. Ah, las madres. También me vino a la cabeza otra voz, narrativa en este caso, la de la protagonista de uno de los primeros relatos de Soledad Puértolas, cuyos atractivos vecinos se pasaban todas las noches de farra. Y la fascinación que le creaba a la protagonista la vida que se adivinaba detrás de todo aquel trasnoche. ¡Cuántas leyendas escondidas ahí detrás! Uno -cosas del cine y de la literatura-, incluso a estas alturas de la película, se imagina siempre historias de clubes donde los hombres mantienen conversaciones interesantes pese a las muchas copas y las chicas sólo piensan en bailar aunque ya haya salido el sol al otro lado de esa puerta a la que se accede después de subir un montón de escaleras en las que ninguna de ellas, pese al alcohol y los tacones, tambalea. Tiempos que ya no existen, aunque existieran en otra época, incluso en esta misma ciudad (algunos lo sabemos). Y no se trata de vivir de recuerdos, ¿o sí? El gran Gatsby hace ya tiempo que se marchó a vivir a otro lugar, probablemente con el hígado bien perforado y la garganta hecha un verdadero asco. Y Kate Winslet, dando vida a la heroína de Richard Yates, no era más que un espejismo, un personaje literario -otro más- traspasado decentemente al cine. Que no se enciendan las luces, que no queremos conocer la cruda realidad que nos aguarda, que ya está ahí. No nos engañemos, la noche tiene su fecha de caducidad, ya no es ningún refugio. Y los que se quedaron atrapados en ella, traspasadas ya ciertas edades, no tienen retorno. Cada uno puede poner los ejemplos conocidos que le vengan en gana. A veces, cuando madrugo demasiado en mis caminatas, me encuentro con algunos de esos fantasmas que regresan a sus casas. En sus miradas y en sus pasos reconozco los míos de aquel tiempo. Ya no tienen nombre, sólo esa presencia fantasmal y esquelética que se aleja y desaparece en la niebla, justo en ese doloroso momento (sobre todo, para ellos) en que se pasa de la noche al día. La vecina de abajo sabe todo esto. Su hijo, probablemente, aún no. Aunque se haya leído a Yates o a Fitzgerald, cosa que dudo.

4 comentarios:

  1. Esto debe ser telepatía, porque la noche de insomnio de ayer, como nunca, por cierto, para una dormilona como yo, entre otras muchas cosas tuve tiempo de darme un garbeo por alguno de esos bares de entonces, en los que tanto bailamos, de los que pensé que no saldría nunca, y a los que sin tener tiempo siquiera de despedirme, no volví jamás. Quizás sea esa cruda realidad a la que aludes la que me hizo añorarlos hasta el punto de dar lo que fuera por volver a ellos y convertirme en ese hijo de tu vecina, al fin y al cabo qué más da un chapuzón más con el tremendo tsunami que se nos avecina.

    ResponderEliminar
  2. Hola, quizás os interese saber que tenemos una colección que incluye el relato 'Oh, Joseph, I’m So Tired' de Richard Yates en versión original conjuntamente con el relato 'A Small, Good Thing' de Raymond Carver.

    El formato de esta colección es innovador porque permite leer directamente la obra en inglés sin necesidad de usar el diccionario al integrarse un glosario en cada página.

    Tenéis más info de este relato y de la colección Read&Listen en http://www.ponsidiomas.com/catalogo/raymond-carver---richard-yates.html

    ResponderEliminar
  3. Con algunos matices, todas las generaciones convergen en un mismo punto: apurar la noche mientras los huesos reponden y el quejido de la madre está latente. Mi adolescencia y primera juventud, estuvo marcada por la recta final del franquismo, con lo cual, nuestras noches tuvieron el peculiar atractivo de lo clandestino.

    ResponderEliminar
  4. Ciertamente todo tiene un tiempo y en la vida se trata de ir quemando etapas. Las venideras serán igual de buenas, aunque no podamos dejar de sentir cierta añoranza de las anteriores, eramos más jóvenes, pero ahora somos más guapos y más listos (jejejeje)

    ResponderEliminar