martes, 22 de noviembre de 2011

¿Quién teme a Yasmina Reza?

Un niño golpea con un palo a otro niño. Y sus padres, los de ambos niños, se reúnen en la casa de unos de ellos, los del niño agredido, para hablar sobre el tema. Las causas, las palabras de perdón y arrepentimiento, los posibles motivos, la educación de los hijos, etcétera, etcétera, etcétera. Ahí empieza todo. "Un dios salvaje". Lo que inicialmente, pese al asunto que los reúne, se trata de un encuentro amable, la cosa, según avanzan los minutos, se convierte en un encuentro terrible, casi en una pesadilla. Los miedos, las inseguridades, las frustraciones, las complicaciones que conlleva el hecho de ser padre y el hecho mismo de vivir... Todo, sin contemplaciones, dobles caras o disfraces, se va poniendo sobre la mesa. El alcohol, entre medias, ayuda. Poco a poco, vamos descubriendo el verdadero carácter de cada uno de los personajes, sus inesperadas reacciones, sus lados más vulnerables, ese lado salvaje que todos guardamos dentro y que tratamos de disimular en el día a día, en medio de la convivencia: qué remedio. El texto es sencillamente brutal. En el teatro, cara a cara con los personajes, resulta apoteósico, descarnado, divertido, humano, patético, terrible, casi grotesco en ocasiones. La representación que se hizo aquí hace dos o tres años con Aitana Sánchez-Gijón, Maribel Verdú, Pere Ponce y Antonio Molero, dirigidos por Tawmin Townsend, era absolutamente perfecta. Una de esas mágicas ocasiones en las que el puzzle que conforman los actores con el texto y los actores entre sí, era redondo: todo encajaba de una manera natural, sin que nada sobrase o faltase. La adaptación al cine que acaba de hacer el gran Roman Polanski (suyas son un puñado de películas que pasarán a la historia del cine: desde la inquietante "La semilla del diablo" a la brutal "La muerte y la doncella", que adapta, por cierto, otra obra de teatro que ya se ha convertido en un clásico), siendo buena, pierde algo de la fuerza del original. Supongo que resulta inevitable. O al menos lo resulta para los que vimos la obra en el teatro. No obstante, conserva muchos de los puntos álgidos que están sobre el papel, muchas de las situaciones más hilarantes o descarnadas. Y un principio y un final de película muy acertados. Todos los intérpretes están bien, destaco a Jodie Foster porque creo que le imprime a su repelente personaje todo lo que éste le reclama para ser eso, repelente. La complicidad entre los actores, al igual que ocurría en la versión teatral española, está presente. No puede ser de otro modo para la representación de un texto así. Un texto en el que se pasa velozmente de la educación y el entendimiento a las peleas más atroces, a decir todo aquello que se le pasa a uno por la cabeza. Y que refleja a la perfección la doble cara del ser humano. Sus temores y sus contradicciones. Lo peligroso y fascinante que es vivir: desde el lado sosegado o desde el lado salvaje. Y desde ese lado que está entre uno y otro, y en el que no siempre resulta sencillo mantenerse.

1 comentario:

  1. Me bastaría con tu relato, magnífico, como de costumbre, para visualizar cada uno de los planos de la película, pero según iba leyendo, han aumentado las ganas de verla.
    Corren malos tiempos para sacar el lado amable de la persona, mucho me temo que con mayor frecuencia, predomina la parte despiadada y brutal que cada cual, inexorablemente, llevamos dentro.
    Un beso

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