miércoles, 9 de noviembre de 2011

Glamour of the Gods

Llegamos tarde. Ya no había entradas para la exposición de grandes estrellas del cine clásico en el National Portrait, de Londres: "Glamour of the Gods". La chica que nos dijo que no quedaban entradas, nos señaló que al día siguiente, a primera hora, podríamos verla de nuevo. Le dijimos que era nuestro último día en Londres y que, lamentablemente, no podría ser. Y nos adentramos en el museo. Retratos y más retratos. Primeras figuras del arte y de la cultura a la altura de nuestros ojos. Una abrumadora galería de retratos. A los pocos minutos, uno de los empleados del museo se acercó a nosotros y, en voz baja, muy baja, nos preguntó si éramos los chicos que regresábamos al día siguiente a España, le dijimos que sí, que éramos nosotros y nos dio dos entradas para ver la exposición. Todo un detalle, desde luego. Y hacia allí nos dirigimos, pese a que una parte de la sala se había quedado, inesperadamente, a oscuras. No hacía falta demasiada luz para que brillasen aquellos ojos, aquellos rostros, aquellos cuerpos. Allí estaban: luminosos, resplandecientes, únicos. Auténticas estrellas. Rostros clásicos. Mitos de los de verdad. Como si el tiempo no hubiese pasado por ellos. O como si nosotros, casi milagrosamente, nos hubiésemos transportado a aquella época, la época dorada del cine americano. Los años treinta, los cuarenta, los cincuenta. Todos esos años que tan bien supo explicarnos Terenci Moix en sus libros de cine, "Mis inmortales del cine". (Algún día se hará verdadera justicia a su obra, a la dedicada al cine y a la otra, la dedicada a la memoria, la suya y la de toda una generación). Allí estaban Ava Gardner, Elizabeth Taylor, Marlene Dietrich, Rock Hudson, James Cagney, Grace Kelly, Vivien Leigh... Perderse en esas imáganes era perderse en nuestra memoria, en nuestros sueños. Las luces del salón apagadas, la casa en silencio, la vuelta atrás en el tiempo... La magia del cine clásico, de sus estrellas. Eternos compañeros de viaje. Inseparables. Aquel viaje que empezó en la adolescencia y que sigue, que sigue. Las luces del día que se extinguen, las luces de la noche que aparecen. Y vuelve a empezar la magia. Una noche, un rostro. A la siguiente, otro. Allí, en el National Portrait, estaban todos. O casi todos. Ingrid Bergman, William Holden, Rita Hayworth, Bette Davis, Donna Reed, Katherine Hepburn, Cary Grant, Gloria Swanson, Marlon Brando... Qué lujo. Nos queríamos quedar allí, entre aquellas paredes. O llevarnos todas las fotografías a casa. Nos conformamos con el catálogo, ¡qué remedio!, estupendo catálogo, por cierto (y asequible, pese a todos los precios de Londres, tan excesivos para nuestros bolsillos). Si lo importante es ser feliz, nosotros, allí, lo fuimos de un modo superlativo. El tiempo se nos cayó encima. La tarde en retirada. Tuvimos que irnos. Lo hicimos con una bolsa llena de retratos. Londres, como Nueva York, es la ciudad para mitómanos por excelencia. Retratos y más retratos: aquí y allá. A precios asequibles y a otros que no lo son tanto. Así las cosas, salimos del museo. Empezó a oscurecer. Nos quedarán muchos recuerdos de este viaje a Londres, pensamos. Esta visita al National Portrait será uno -otro- de ellos. No nos cabe la menor duda.

1 comentario:

  1. Cada año, cuando hacía el equipaje para bajar unos días a Málaga, además de lo normal que guarda una maleta, también incluía dos elementos fundamentales para mí: libros y cine. Si me faltara alguno de los dos, mi vida no tendría mucho sentido. Ojalá algún día -como tú bien dices- se le haga justicia a Terenci. Gracias por haberme llevado al National Portrait.
    Un beso, amigo.

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