sábado, 30 de abril de 2011
Asmán
miércoles, 27 de abril de 2011
La Matute
martes, 26 de abril de 2011
Virginia Woolf
Sí, quizá sea cierto lo que decía aquella mujer que se acercó a mí para darme las gracias por mencionar a la escritora inglesa en mi discurso. Quizá no la recordemos tanto como se merece. Virginia Woolf: sus tormentos y su talento. Virginia Woolf: sus ensayos, sus novelas, sus relatos, sus páginas autobiográficas, sus diarios, sus cartas... La minuciosidad de sus textos, de todos ellos; el amor por el detalle, los detalles; las palabras que tan mágica y delicadamente retratan esos detalles. Todo eso está en ella, Virginia Woolf. No conviene olvidarlo. No conviene despirtarse. Hay que seguir luchando para tener esa habitación propia, para conservarla. Aquella mujer, la que se acercó a mí tras la presentación, lo sabía. Seguro que lo sabía. Conservo sus palabras de agradecimiento como un buen regalo. La recompensa para aquel adolescente que, en su habitación, empezó a leer a la escritora inglesa y que, después, en las calles de Londres, en medio de sus brumas o bajo ese sol templado tan característico de la ciudad inglesa, evocó en la figura de ella misma, Virginia Woolf, o de la señora Dalloway, que viene a ser lo mismo.
lunes, 25 de abril de 2011
Elvira Lindo, en el backstage
domingo, 24 de abril de 2011
El misterio del amor
jueves, 21 de abril de 2011
Veruca
Los recordé ayer, de golpe, cuando la vi correr hacia mí (me reconoció enseguida), con sus ladridos más alegres y encendidos, con sus pasos un poco torpes (le siguen sobrando algunos kilos) y muy graciosos, subirse por mis piernas, reclamando -como siempre- su ración de mimos y caricias, con ganas de jugar. Veruca, testigo de una época inolvidable de nuestras vidas, también del comienzo de aquel amor, el nuestro, cuatro años ya. Cuatro. Qué vértigo.
martes, 19 de abril de 2011
Stella
Stella, por Stella Stevens. La conocí una noche, hace mucho tiempo ya, era su día de descanso y estábamos en el mismo bar. Empezamos a hablar y, de repente, me propuso subir a su apartamento, el niño, hoy, está con sus abuelos. Está bien, le dije, subiré y seguiremos hablando. ¿Acaso hay algo mejor que eso?, preguntó. Y soltó una sonora carcajada, echando aquel pelo tan bonito que tenía hacia atrás.
lunes, 18 de abril de 2011
Días en Navia
Dos días en la feria del libro de Navia. Buen tiempo, contacto con los lectores, nuevos descubrimientos. Todo ello frente a la ría. Un pequeño bosque al otro lado del agua; casas rehabilitadas, recién pintadas con vistosos colores; el sol calentando con fuerza: un paisaje incomparable, como de cuento con final feliz. El primer día, el sábado, Celes, la responsable de cultura, decidió que Carmen Amoraga, que venía a presentar su novela "El tiempo mientras tanto", finalista del último Planeta, y yo, que iba con "El extraño viaje", hiciésemos una presentación conjunta. Resultó buena la química desde el principio. Hablamos cada uno de nuestros respectivos libros, de cómo había sido el proceso de creación, y luego, entramos en un pequeño debate sobre la literatura, sobre los lectores, sobre la cercanía que considerábamos necesaria con el público. Esos lectores que, sin conocerte absolutamente de nada, se reconocen en lo que has escrito y se acercan, tímidamente o pisando fuerte, o te mandan correos (gracias a todos, una vez más) para decírtelo. Sin duda, la mejor recompensa.
Carmen Amoraga, qué hallazgo. Después de la presentación, durante la comida, se mostró cercana, encantadora, abierta, comunicativa, simpatiquísima. Sabe de literatura y conoce a los escritores, a casi todos: a los campechanos y a los que no lo son tanto. Hablamos de esto y de lo otro. De literatura y literatos. Y, ¡cómo no!, del buen comer y del buen beber. Ay, esa buena vida que nos pierde... También hablamos de Elvira Lindo, de lo encantadora que es, del prólogo que escribió tan generosamente para mi libro (y que Carmen, tras hacerse con él, se apresuró a hojear), de que el martes recogerá en su pueblo, Picaña, donde ella, Carmen Amoraga, es concejala, un premio. Curiosas coincidencias.
A veces, en medio de unos vaivenes y otros, del trajín de ir y venir, de las cosas que resultan y las que no resultan, la vida te ofrece deliciosas sorpresas. La de este fin de semana, en Navia, fue una de ellas.
jueves, 14 de abril de 2011
Maneras de estrella
A mucha gente, entonces, le parecía raro que ella, algunos años mayor, y yo tuviésemos aquella amistad. Una mujer casada y un chico joven. Como la señora Robinson y aquel muchacho que siempre permanecerá en nuestra memoria con la cara de Dustin Hoffman, pero sin tensión sexual ni deseo de por medio. Alguna gente, ya se sabe, sacándola de sota, caballo y rey, nada tienen que hacer. La edad ni el sexo no son obstáculos para que dos personas tengan un universo de cosas en común. Una amistad. Parece una obviedad decirlo a estas alturas, pero parece que aún hay que hacerlo.
Loli, con su carácter abierto, risueño, con un sentido del humor muy peculiar. A mí me hace mucha gracia ese sentido del humor, tan asturiano, por un lado, lleno de refranes que vienen de su madre y de las mujeres de su familia, y tan cosmopolita por el otro: todo ello mezclado con los sueños de visitar con frecuencia París o de conocer a Warhol y su universo. A Warhol le hubiese encantado Loli, no me cabe la menor duda. Como a ella le hubiese encantado asistir a alguna de las fiestas de Andy, en el Studio 54 o donde fuera. Hace unos años, estuvo enferma, muy enferma, y yo no pude estar a su lado tanto como hubiese deseado porque también lo estaba, la depresión es una de las peores enfermedades que a uno le pueden tocar. Y hasta el punto que puede llegar esa enfermedad sólo lo sabemos los que pasamos por ello y los (pocos) que estaban constantemente ahí, a nuestro lado. Ahora vuelve a estarlo. Algo pasajero, aunque igualmente latoso. Por eso hoy quiero recordarla (y recordárselo a ella) como es: risueña, de carácter abierto, con ese amplio sentido del humor. Y con aquel mono de lentejuelas que se puso una Nochevieja (para tomar una copa en algún pub de esta ciudad con la misma naturalidad con la que Liza Minnelli hubiese sacado uno parecido del armario de su madre, la gran Judy Garland: ésa, la naturalidad, y echar a la espalda lo que los demás piensen de esa naturalidad suya, son otras de las virtudes por las que adoramos a Loli), con mucha purpurina en su pelo rubio y en el escote, y que, por un momento, con todo aquel glamour a cuestas me hizo parecer que sí, que, juntos -juntos y diferentes, y orgullosos de ambas cosas-, estábamos a punto de entrar en una de las fiestas de Andy Warhol, en el Nueva York de los ochenta, en el Studio 54 o donde fuera.
miércoles, 13 de abril de 2011
Otra mujer
lunes, 11 de abril de 2011
El librero y la madre
viernes, 8 de abril de 2011
El pecho de Blanca
Ayer la vi, sí, era ella, Blanca, en uno de mis paseos matutinos. No me reconoció. El tiempo, qué estragos. Yo sí la reconocí de inmediato. Era la misma y no lo era. Aquella cara fresca, lozana, juvenil, era ahora la cara de una mujer casi desfigurada por el paso de los años, casi veinticinco años más tarde, prematuramente avejentada, hinchada, deformada. El tiempo y su crueldad. Un poco, sí, como la de Kathleen Turner de estos últimos años. El mismo cambio: la actriz americana antes y después. En los gloriosos 80 y ahora. Blanca pasó por mi lado, con un paso lento y cansado, como un fantasma, como una figura del pasado, de aquella lejana adolescencia. Era y no era ella. Blanca, en mi recuerdo, a mis quince años. Mi memoria recuperó aquella imagen, la que quiero conservar de aquella profesora de informática. Aquel pecho, aquella mañana. Blanca, tantos años después. Algún día escribiría sobre ella. Sí, lo sabía.
martes, 5 de abril de 2011
Una helada sonrisa
lunes, 4 de abril de 2011
Catherine Deneuve
Hay muchas mujeres en ella, como es lógico después de tantos años en la cima. La joven y la madura. La que interpreta y la que posa o desfila con los últimos diseños de los mejores modistos. La que sonríe y la que llora por la pérdida de sus amores y amigos muertos. Y sobre todos ellos, evidentemente, el gran Yves Saint Laurent, el genio, su fiel e íntimo confidente. Hay un momento muy conmovedor que cuenta el compañero del modisto, Pierre Bergé, en su libro "Cartas a Yves": relata cómo, tras la muerte del genio de la costura, entró en la habitación donde yacía sin vida y ella, Catherine, a modo de despedida, se tumbó a su lado y se abrazó a él, su gran amigo. Es, sin duda, una anécdota que le pone corazón a esa frialdad con la que se la asocia. Un momento conmovedor.
Catherine, la Deneuve, sabe envejecer evolucionando, arriesgando. Y eso dice mucho de lo que hay en el interior. Engrandece el mito. Y hace, evidentemente, que nuestras miradas, estando sola o acompañada, se centren en ella. Sólo en ella.