lunes, 8 de noviembre de 2010

El extraño viaje revisitado

La idea de crear un blog surgió el año pasado, a finales de octubre, en Llanes. Íñigo trabajaba, como de costumbre, en "Llanes al cubo" y yo quería hacer algo más que pasear, contemplar la belleza del paisaje, comer y beber, aunque todas esas cosas se puedan hacer estupendamente en esa localidad. Creamos el blog en esa casa desde la que se oye el mar y el graznido de las gaviotas que lo revolotean, y que tantas veces nos ha servido de refugio. Lo llamé El extraño viaje, como homenaje a la inolvidable película de Fernando Fernán-Gómez y al disco con el que Fangoria, hace unos pocos años, quiso homenajear al genial cineasta. Y, como siempre que emprendo una tarea literaria, sea del tipo que sea, me la tomé muy en serio. Hay alguna gente que desdeña y habla con cierto retintín de la literatura que se escribe en los blogs -es cierto que hay blogs de muchos tipos: no se puede generalizar-, pero, en mi caso, como el de muchos otros colegas, me enfrento a ese espacio en blanco con la misma seriedad, rigurosidad y profesionalidad con la que lo hago para estas páginas, para las otras en las que también escribo o para las que pudiese hacer en un futuro. Es el espacio en blanco en el que nos expresamos todos aquellos que no tenemos el hueco que desearíamos tener en los periódicos. Esos periódicos en los que tan buena literatura se ha escrito y se escribe en este país. Cada cual pondrá aquí los ejemplos que más se acomoden a sus gustos, estilo y preferencias, siempre tan particulares. Yo me quedo hoy con dos: Francisco Umbral y Elvira Lindo.
El extraño viaje -mi blog- se fue llenando, cada mañana, casi antes del amanecer, que es cuando habitualmente escribo, de muchas cosas. Recuerdos, vivencias, libros, mujeres, ciudades, amigos, músicas, películas, obras de teatro, luces de neón, luces de otras ventanas, amor... La memoria hizo también su papel. Y así rememoré todas las ciudades en las que había estado y todos los recuerdos que, caminando por aquellas lejanas calles, parques, librerías, teatros, terrazas, puertos, avenidas, museos, mercados y mercadillos callejeros, recordé. Un callejón decadente de aquel invierno de Buenos Aires me trajo el recuerdo del pozo minero que había enfrente de la casa de mis abuelos maternos, en Mieres, y el de los hombres cansados y sudorosos que salían de él; los gigantescos carteles iluminados de los teatros de Broadway me trajeron el recuerdo de todos los instantes llenos de emoción vividos antes de entrar en un teatro de mi provincia, donde actuaba alguna de mis actrices favoritas y el deseo de encontrarlas luego por la calle como un día me encontré a Charo López y otro, ya tan lejano, a Aitana Sánchez-Gijón cuando, convertida en Maggie la gata, se subía al tejado de zinc caliente de Tennessee Williams; los puentes de San Francisco me devolvieron todos los instantes de la infancia en los que llegaba a casa, después del colegio, y merendaba viendo algunas de las más emblemáticas series de televisión americanas de los años 70 y 80. Son sólo algunos ejemplos. Hay más, claro, porque lo bueno de los recuerdos es que se van hilando con la misma facilidad con la que un gato tira del hilo hasta deshacer por completo toda la madeja. Hablando de gatos, Francesca, nuestra gata, también está ahí, en las páginas de este libro y detrás del ordenador desde donde estoy escribiendo estas otras, mirando a ratos las luces encendidas de las ventanas del edifico de enfrente y otros, guiada por el sonido, los dedos de mi manos tecleando el portátil. Aparte de muchos de los recuerdos, buenos y malos, de los años vividos hasta la fecha y de las ciudades visitadas, el blog se fue llenando de mujeres, de muchas mujeres, siempre tan importantes en mi vida. Mujeres como mi abuela, mi madre o mi hermana, colegas, amigas que están ahí, cómplices, con las que me entiendo sin apenas cruzar dos palabras, y otras que se fueron quedando en el camino porque la vida no siempre es como quisiésemos sino como nos van dejando, ay. También mujeres desconocidas que veo por las calles, en el día y en la noche, y a las que sólo por un mínimo y determinante gesto deseo atrapar con mis palabras. Mujeres detrás de las que hay vidas que merecerían con toda probabilidad ser contadas. Y también, como el buen mitómano que soy, por iniciativa propia y aprendiendo de los gandes mitómanos, de esas mujeres que nos fascinan del mundo del cine, del teatro, de la radio, de la literatura, de la fotografía, de la música... Todas ellas imprescindibles, fundamentales compañeras de viaje. Hay dos constantes en el libro, dos hilos que unen todas las palabas, de principio a fin. Íñigo, la persona con la que comparto mi vida, y Nueva York, esa ciudad que tanto anhelaba conocer durante años y que no sólo no me defraudó sino que en mi mente está muy presente la idea de visitarla una y otra vez, redescubrirla -si es posible- cada año. Todo se andará, sí. Porque cuando uno está a punto ya de cumplir los 40 años, ésa es la lección que la vida te termina enseñando. Todo, tarde o temprano, pese a los cientos de trabas y dificultades, termina por llegar. Las plegarias culminan siendo atendidas. Sólo es cuestión de paciencia y perseverancia. Así, para finalizar, veo mi imagen delante de la máquina de escribir en la casa de mis padres durante muchas noches de muchos años, con el silencio cómplice de mi madre al fondo, y veo mi imagen delante de la casa que Truman Capote tuvo en Brooklyn y pienso en la poderosa presencia del azar y en cómo las cosas a veces están extrañamente unidas. El viaje comenzó en una casa, la de mis padres, y terminó en otra, delante de la casa del genial escritor americano. Y, entre medias, está este viaje, este extraño viaje.

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