martes, 22 de junio de 2010

Tardes de verano

Cuando llega el verano pienso en todas las tardes de verano que precedieron a la de hoy. Todas las tardes de verano son diferentes y todas son iguales. Esas tardes soleadas, luminosas, abiertas a la pereza y a la posibilidad de llevar a cabo numerosos planes. Esas otras lluviosas, oscuras, donde la sensación de impotencia es la única que se dibuja en el horizonte. Aquellas tardes, ya tan lejanas de la infancia, en la casa de los abuelos, con la vida por delante, entre risas y más risas, pensando que la vida se iba a perpetuar así, en aquellos momentos de auténtica felicidad, colorido y despreocupación, en aquellos ratos en los que era imposible presagiar lo malo que estaba aguardándonos a la vuelta de la esquina. Aquellas otras, las de la adolescencia, de un cine a otro, viendo las películas que a nadie de mi edad, excepto a mí, le interesaban. Escuchando músicas y leyendo libros que tantos otros solitarios habían leído previamente y que ahora, desde cualquier periódico o revista, como fieles compañeros, me recomendaban. Buscando cosas, descubriendo otras: anhelándolo casi todo. Tardes de la juventud compartidas con amigas que se han quedado en el camino soñando con viajes, amores, hombres que no existían y mundos posibles e imposibles. Tardes en las que no se comprende nada y tardes en las que todo resulta de lo más diáfano. Tardes en las que te preguntas por qué y otras en las que todos los porqués tiene su significado. Tardes, como la de hoy, llenas de ilusiones, proyectos, puertas abiertas y abrazos que están ahí, pese a la melancolía que desprenden las canciones francesas que estoy escuchando. La culpa la tiene Jaime Gil de Biedma, sus poemas, su talento, esa bella adaptación cinematográfica sobre su vida, "El cónsul de Sodoma", que acabo de ver. Qué genial, una vez más el poeta. Qué real el ser humano: con sus miserias, que son las de todos, y su grandeza, que es exclusiva de los elegidos. Nunca como en esta película estuvo tan bien Jordi Mollá. Con una mirada, con un solo gesto, con un fugaz movimiento de manos, atrapa el alma del poeta: su rebeldía, su deseo, su intensidad, su ironía, su éxito, su fracaso, su hartazgo. Versos y más versos. Cuerpos, besos, caricias, ideas, palabras. Etapas de una vida que, como las de todos, pasan en un velocísimo instante. Todas las tardes de verano en una sola tarde. Que la vida iba en serio, sí, hace ya rato que lo empezamos a comprender.

1 comentario:

  1. el verano ami es la epoca del año q mas recuerdos guardo en mi memoria,colores y sobre todo olores,de tortilla,de gazpacho,el olor del rio al anochecer en mis meses de verano en el pueblo,amores de niño q se iban cuando todos volviamos a nuestras ciudades,asi era el verano,ahora huele a ganas de vacaciones,de salir de esta monotonia q se llama trabajar,Ovidio,una maravilla de relato,se ve q te gusta escribir y eso lo transmites,saludos.luis

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