lunes, 28 de junio de 2010

Orgullo Gay

Hay quien piensa que no es necesario celebrar el día del Orgullo Gay, llenar las calles de colorido y protesta, de fiesta y pancartas, de algarabía y lucha. No puedo estar más en desacuerdo. Mientras haya países donde se siga asesinando a las personas gays por el simple hecho de serlo, otras estén dentro del armario (aún en lugares civilizados) por temor a perder sus trabajos o a sus familias y amigos, clínicas donde se "rehabilitan las conductas homosexuales", o tipos, como el señor Duran i Lleida, que con sus declaraciones no se opongan a esta clase de peligrosos (¿legales?) experimentos médicos sino todo lo contrario, será necesario seguir alzando la voz, las voces, bien alto y bien fuerte, por los mismos derechos que tienen los heterosexuales, que las obligaciones están perfectamente equiparadas. El respeto, el primero de ellos. Aún queda mucho camino por recorrer, desde luego. Para muestra, un feo botón. Estábamos este pasado sábado en Gijón, comiendo en un céntrico bar de una de las ciudades asturianas más abiertas y tolerantes. A nuestro lado, un grupo de cinco tipos en torno a los treinta y pocos años. Por las voces que daban, pudimos escuchar que estaban celebrando la despedida de soltero de uno de ellos (celebración, ya en sí misma, bastante ordinaria y trasnochada: ¿por qué para esta clase de eventos a ellos los tienen que vestir de mujeres o de bebés y a ellas colocarles unas esperpénticas diademas con una o varias pollas gigantescas encima?). Uno de ellos, el que pronto se casaría, al ver en un televisor lejano unas imágenes de alguna manifestación reciente de homosexuales, exclamó: "¡Yo estuve una vez en Chueca!". Lo dijo con el mismo tono que si hubiese estado en Marte. Al instante, comenzaron los grititos socarrones y vulgares de sus compañeros de mesa. Esos mismos grititos que algunos oíamos a nuestro paso por parte de algunos energúmenos que estudiaban con nosotros bajo el silencio cómplice (y, a veces, también de las risitas ahogadas) de los curas. Uno de ellos, exclamó: "¡Y te gustó, eh, pajarón!". Risas y más risas del resto. El que estuvo en Chueca, volvió a abrir la boca: "Sí, pero estuve con mi novia y caminé todo el rato vigilando mi espalda. No volví nunca más". Realmente repugnante, ¿verdad? Pues eso. Todavía a estas alturas hay que seguir presenciando escenas esperpénticas como ésta. La cosa no terminó ahí. Mientras nos levantábamos para irnos, el propio visitante de Chueca sacó el móvil para enseñarles a los otros las fotos de "las tetas de la nueva secretaria". Y allí se quedaba aquella panda, tan pancha, gritando y babeando ante las susodichas fotos para sonrojo del que tuviese un mínimo de sentido común.
El día del Orgullo Gay -como el del padre, el de la madre o el del amor- debería de ser todos los días. Que la gente -como sucede en las ciudades más avanzadas- estuviese concienciada y respetase a todo el mundo por igual, independientemente de su género, del color de su piel o de su opción sexual. Hasta entonces, debe seguir celebrándose este día, por supuesto, con banderas, colores, alegría, música, respeto y reivindicación. Mucha reivindicación. Ni un paso atrás.

3 comentarios:

  1. una vez mas una muy buena descripcion,la pena es que muchos de esas personas q critican tanto esta celebración sean los propios gays,esos q van de gays modernos alternativos,y sacan lo de siempre,hay q hacerlo todos los dias,¿pero ellos,estos gays modernos-alternativos,hacen algo para cambiar la situación todos los dias?,yo saldre,gritare,mirare los cuerpos desnudos,bailare,bebere y disfrutare,por que no hay nada mas efectivo q la visibilidad de muchos,luis.

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  2. Los primeros que echan por tierra al colectivo son los propios gays que permanecen en la sombra, por si la luz hace palidecer su máscara de hetero embustero.

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  3. un texto maravilloso como todos los tuyos, sigue asi

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