jueves, 10 de junio de 2010

Blanche Deveroux

Blanche Deveroux era alegre, divertida, coqueta, presumida, frívola, enamoradiza, deliciosamente descarada, solidaria si hacía falta, buena amiga, amante de los hombres y de salir de casa por las noches, muy soñadora, un punto irónica, tierna y algo egoísta. Y libre, muy libre. Blanche Deveroux fue un personaje rompedor e importantísimo en aquellas series de los años ochenta. "Las chicas de oro", inolvidables chicas sin discusión alguna. Un icono gay desde el primer capítulo, una mujer rompedora, uno de esos caracteres que pasaran -sin duda alguna- a la historia de la televisión, que ya están en ella. Eran los principios de esos años, los ochenta, y algunas cosas estaban cambiando. Blanche, como el resto de aquellas chicas, hablaban con una naturalidad poco vista anteriormente en una serie de televisión de temas considerados espinosos aún: de sexualidad femenina pasados los cincuenta, de homosexualidad, de madres que decidían criar solas a sus hijos. Eran unas chicas abiertas, comprensivas, muy liberales, el reflejo de buena parte de lo que estaba sucediendo en la vida real, de todos aquellos cambios, lo que la otra parte de la sociedad necesitaba ver aunque no quisiera. La serie fue un éxito brutal en todo el mundo porque los guiones eran buenísimos y ellas, curtidas en mil batallas televisivas y teatrales, unas actrices con ganas de demostrar lo que valían, que era mucho.
Ahora, la mujer que daba vida a Blanche, Rue Mcclanahan, acaba de morir, a los setenta y seis años, en un hospital de Nueva York. La vimos, como ya escribí en este blog, hace un par de años en esa misma ciudad, en Nueva York, en el bar Stonewall, presentando uno de sus libros. Mantenía entonces todo el carácter, la clase y la personalidad de una artista, de una verdadera artista. Divertida, sarcástica y muy profesional. Se rió y nos hizo reír en la parte de arriba de aquel atiborrado y mítico local con sus vivencias, con sus recuerdos. Se la veía muy a gusto con aquel púbico, mayoritariamente gay, que tanto la admiraba. Contó anécdotas, habló con cariño de sus compañeras de la serie, firmó libros y nunca, aunque lo tuviese, demostró cansancio. Una noche inolvidable. Recordé entonces, como hago ahora, todos aquellos momentos maravillosos que pasé viendo la serie a lo largo de las diferentes etapas de mi vida (cada una con su particular circunstancia, no siempre fácil). Y también pensé, como pienso ahora, en todos los que me quedan por volverla a ver en la mejor de las compañías. Hasta siempre, Rue. Hasta pronto, Blanche Deveroux.

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