viernes, 15 de enero de 2010

Guantes

Un guante tirado en el suelo, en medio de la calle, a las ocho y media de la mañana de este húmedo y gélido viernes de enero. ¿A quién pertenecerá? Un guante negro, de piel, unisex. ¿Qué hace ahí ese guante, a esa hora de la mañana, sobre la acera recién regada? Lo más probable es que se le haya caído a alguien -un hombre, una mujer, un travesti, que cada vez hay más y más visibles por esta pequeña ciudad, afortunadamente-, a una de esas personas que, muy apresuradas y soñolientas, se dirigen a esa hora a sus trabajos, a sus quehaceres diarios, a su rutina. Una incógnita con la forma de un guante negro para una mano grande, para unos dedos largos, para combatir las bajas temperaturas. Un guante, sí, ciertamente elegante, con clase. ¿Quién lo estará buscando? Un operario de limpieza (parece cabreado: barre con excesiva furia las aceras con ese escobón feo y viejo, muy desgastado) lo recoge bruscamente del suelo y lo pone en su carrito, sobre el enorme cubo de la basura, negro y amarillo.
Unos pasos después, otro guante, también en el suelo, perdido, abandonado, sin su pareja. Es un guante muy grande, más aún que el anterior, deportivo, de alguien joven o que, sin serlo, quiere parecerlo. Es de colores intensos, alegres, chillones, muy brillantes, un rojo y un blanco en toda su plenitud, impecables. Quizá vaya a juego con el anorak, uno de esos gruesos plumas tan necesarios en este largo invierno. Quizá, ambos, formen parte de un equipo para la nieve, para practicar el esquí en alta montaña, en estos días tan apropiados para ello. Dos guantes perdidos, dos enigmáticas historias detrás, dos historias que se cruzan en el camino, dos posibilidades que -seguramente- acabarán ahí, en el cubo de la basura de ese hombre malhumorado que barre las calles como si quisiera arrancar de cuajo toda la porquería del mundo. Este viernes, aún sin amanecer el día, languideciendo enero.

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